En el encantador pueblo de Santillana del Mar, la Colegiata se presenta como una joya arquitectónica que ha sido testigo de la rica historia y cultura que se ha desarrollado a lo largo de los siglos. Es monumento Nacional desde 1889.
La Colegiata de Santa Juliana, tal como la conocemos hoy, surgió gracias al esfuerzo de un grupo de monjes. Su misión: repoblar la zona y levantar una pequeña ermita para mostrar las reliquias de la mártir Juliana. En aquel entonces, la aldea adoptó el nombre del monasterio, llamándose “Sancta luliana”. Con el tiempo, esa denominación evolucionó hasta convertirse en la Santillana que conocemos hoy.
Hoy, lamentablemente, no queda nada del monasterio original, pero la fachada de la Colegiata es como un cuento esculpido. El retablo mayor, tallado con maestría en madera policromada, es una auténtica obra de arte que relata con exquisito detalle historias sagradas. Asimismo, el claustro, destacado como un remanso de paz, alberga capiteles decorados con intrincadas esculturas que representan tanto escenas de la vida cotidiana como figuras mitológicas, añadiendo un toque de misterio y encanto al conjunto arquitectónico.
La Colegiata no solo ha sido un testigo pasivo de la historia, sino que ha desempeñado un papel activo en eventos cruciales, desde celebraciones religiosas hasta eventos culturales. Su condición como centro espiritual y cultural la posiciona como un referente en la comunidad local y un atractivo turístico para quienes buscan sumergirse en la riqueza del patrimonio europeo.
En resumen, la Colegiata de Santillana del Mar va más allá de ser una estructura arquitectónica; es un monumento que fusiona historia, devoción y arte. Su visita se convierte en un enriquecedor viaje al corazón de la historia española, dejando una huella duradera en aquellos afortunados que tienen el privilegio de admirarla.
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